Sunday, February 03, 2008

2 (sin terminar de corregir)

Me despertó el teléfono. Por un segundo dude si atender o no, pero pronto reaccione y corrí a buscarlo. Nadie contesto a mi “¿hola?”. Dejé el aparato de mala manera, enfadado por no haber llegado a atender. Me dirigía hacia el baño cuando nuevamente escuche el familiar ring. Esta vez, si logre atender. “Es que estaba preocupada, con la hora que es y usted ni se había aparecido por acá. ¿Ya esta saliendo?. Lo espero entonces.” Esas simples oraciones bastaron para terminar con mi tranquilidad matutina. Un rápido vistazo a la hora, fue suficiente para darme cuenta que realmente era muy tarde. Me duche y me cambie en un abrir y cerrar de ojos, y cuando quise acordar, ya estaba arriba del auto.
Llegué a la oficina con una expresión de seguridad en el rostro, como si quisiera dar a entender que no me había quedado dormido y que mi retraso estaba perfectamente planificado.
Salude a Nancy con un beso en la mejilla y me dirigí hacia mi escritorio. Los titulares de mi diario favorito me esperaban allí. Lo hojee rápidamente, no se suponía que perdiera tiempo leyendo noticias. No había terminado aun, cuando Nancy se apareció con mi café doble, preparado como a mi me gusta. Cuando dejo la taza en el escritorio, no pude evitar ver la alianza en su dedo anular y una profunda tristeza comenzó a acumularse en mi pecho. Me quede observando el dorado anillo algunos segundos demás; ella lo noto, porque con un sutil movimiento escondió su mano simulando acomodar un lapicero y mientras preguntaba: -¿Estás Bien?
- Si... si – repetí, como si necesitara convencerme a mí mismo de esa respuesta, y luego cobardemente agregué – Estaba pensando en el caso Edelberg. Creo que olvide ¿considerar algunos detalles, ¿podrías alcanzarme su carpeta, por favor?
- Por supuesto – respondió, sonrió y se dio vuelta.
Enfadado conmigo mismo por haber generado esa incomoda situación, intente dispersarme un poco mirando por la ventana. Podía apreciar una vereda bastante angosta en la que solo podría pasar una persona a la vez; si algún día hubiera mucha gente, el ambiente se llenaría de “permisos”, “pase usted”, “por aquí”. O quizás de “mire por donde camina” “cuidado, ¿no me ve que estoy tratando de pasar?” y algunas otras palabras un poco más fuertes.
Sin embargo, era una cuadra bastante tranquila. La calle era empedrada y tenia un par de autos chicos estacionados. Un transeúnte distraído, un hombre de saco y corbata que cargaba un maletín, y una adolescente que paseaba a su mascota mientras escuchaba música, las únicas personas que pasaban por allí en ese momento. Las paredes de los edificios, vacías y descuidadas, no decían mucho. Y las ventanas no ofrecían espectáculo mayor. Solo un pequeño negocio que vendía arreglos florales rompía un poco con ese esquema tan gris.
Estaba pensando en eso, cuando escuche la conocida sucesión de sonidos: “tacos – golpecito al vidrio de la puerta – permiso”. Nancy venia a traerme la carpeta que le había pedido. Procurando no mirarla, le agradecí y luego suspire.
Esa muchacha era el sol en mi tormenta. Protagonista de mis más secretas fantasías; de mis sueños a color, y de mis grises desilusiones. Tenia el encanto propio de lo inalcanzable, de lo prohibido, y en ella podía sentir el amargo gustito de la dulce utopía. Y eso me volvía mas loco aun, porque como buen sol, además de iluminar, podía encandilar, hasta dejarme ciego e indefenso. Como buen sol, además de entibiar, podía quemar hasta dejarme herido y agonizante.
Si ella era esperanza en mi vida, mi principal problema era que no sabia cuanto mas podría esperar. Solo había luna azul para mi.
Ese día me quede trabajando hasta tarde. En parte porque tenia que recuperar tiempo perdido y en parte porque no quería volver a casa.
Si la escena de la calle antes parecía solitaria y gris, ahora era zona de nadie. Ni algún animal callejero, ni un ladrón contando su botín. Ni un alma perdida, ni un recuerdo demasiado triste. Nada.
En un momento decidí que debía cenar si quería continuar trabajando. A ciertas horas no se puede razonar demasiado sin combustible, solía decir mi tío. Compre algo de comida chatarra y me lo lleve a la oficina. Fue una velada solitaria, por eso, para no pensar demasiado, puse algo de música. Un poco de los Beatles nunca viene mal. Lo recomiendan escritores melancólicos y músicos no inspirados. Elegí Abbey Road y deje que la melodía inicial entrara en mi como el aire que respiro. Me recosté sobre el respaldo y disfrute las notas combinadas armoniosamente, que jugaban con mi oído. Permanecí así, inmóvil, por un largo tiempo.

No comments: