Antes de volver al departamento, hice honor a la rutina, y me pase por el bar. Iba silbando “Here comes the sun” con la mirada hacia arriba y por eso no vi al hombre que estaba por entrar y lo choqué. A modo de disculpas, y porque así me educaron, lo deje pasar primero, sosteniéndole la puerta. Me agradeció con un gesto, y fue directo al baño. Yo, por mi parte, ocupe mi lugar habitual y pedí “lo de siempre”.
Mientras el cantinero me servia, recorrí con mi vista el lugar. Había una pareja en una mesita en el fondo, que no la estaba pasando nada mal. Tres amigos en otra mesa, comiendo maní y tomando cerveza. Algunas otras personas, no muchas, en sus asuntos, dispersas en las viejas mesas de la taberna. Por último, dos personas jugaban al pool, serios y callados.
Estaba mirando vagamente dicho partido, cuando una voz me saco de mi pasividad. – Le propongo un brindis, amigo.
Era el hombre que me había chocado en la entrada. Se había sentado en la banqueta junto a la mía, y casualmente había pedido lo mismo que yo. Tenia el pelo blanco, al igual que su austera barba recién crecida. Mirada un tanto inocente y perdida. Labios finos y descoloridos, y la piel algo arrugada. Su cutis estaba bastante demarcado, con lo que parecían ser cicatrices y otras marcas, y un tanto pálido. En cuanto a su vestimenta, no tenia nada que envidiarle a la de un hombre de clase. Sin embargo, parecía corresponder a tiempos mejores, como si estuviera desactualizada. Con esto ultimo me sentí identificado, y quizas por eso, me cayo simpatica su propuesta.
- Muy bien – dije – brindemos por las mujeres que tanto deseamos y que nunca tendremos – y levante mi vaso.
- Y por los pobres diablos como yo, que hacemos que las personas deprimidas levanten su autoestima.
Sonreí por la ocurrente frase y tome de un solo trago mi bebida. La senti pasar por mi garganta, dejando a su paso el calor que trae el alcohol.
Pues bien, esa ocurrente frase fue la primera de muchas otras que siguieron saliendo de nuestras bocas a lo largo de la noche. así, nos pasamos de brindis en brindis, y los motivos fueron aumentando en lo absurdo hasta llegar a frases sin sentido, totalmente delirantes. No faltaron las carcajadas, claro. ¡Si ya nos reiamos de solo mirarnos! Estuvimos así un buen rato, creo; ya habia perdido la noción del tiempo y no podia distinguir con claridad las agujas del reloj. Hasta que en un rapto de sensatez, me di cuenta que era hora de volver.
Eso estaba muy bien, solo que cuando intente pararme, senti como si me hubiesen metido dentro de una coctelera. Todo giraba y me impedia enfocar. Se veia todo borroso, y de mi equilibrio solo quedaba el recuerdo. Después de tres intentos, pude darle la mano al extraño que fue mi amigo por una noche y me retire del lugar tambaleando. De alguna manera logre parar un taxi, que me dejo en la puerta de casa. Le deje un billete y casi me bajo sin mi correspondiente cambio. De todas formas, creo que se me cayo por la alcantarilla. Desde ese momento, solo recuerdo haber presionado el boton del ascensor, haber entrado a casa y haberme desplomado en el piso. Todo lo demás, esta guardado en el olvido y en la confusión.
Mientras el cantinero me servia, recorrí con mi vista el lugar. Había una pareja en una mesita en el fondo, que no la estaba pasando nada mal. Tres amigos en otra mesa, comiendo maní y tomando cerveza. Algunas otras personas, no muchas, en sus asuntos, dispersas en las viejas mesas de la taberna. Por último, dos personas jugaban al pool, serios y callados.
Estaba mirando vagamente dicho partido, cuando una voz me saco de mi pasividad. – Le propongo un brindis, amigo.
Era el hombre que me había chocado en la entrada. Se había sentado en la banqueta junto a la mía, y casualmente había pedido lo mismo que yo. Tenia el pelo blanco, al igual que su austera barba recién crecida. Mirada un tanto inocente y perdida. Labios finos y descoloridos, y la piel algo arrugada. Su cutis estaba bastante demarcado, con lo que parecían ser cicatrices y otras marcas, y un tanto pálido. En cuanto a su vestimenta, no tenia nada que envidiarle a la de un hombre de clase. Sin embargo, parecía corresponder a tiempos mejores, como si estuviera desactualizada. Con esto ultimo me sentí identificado, y quizas por eso, me cayo simpatica su propuesta.
- Muy bien – dije – brindemos por las mujeres que tanto deseamos y que nunca tendremos – y levante mi vaso.
- Y por los pobres diablos como yo, que hacemos que las personas deprimidas levanten su autoestima.
Sonreí por la ocurrente frase y tome de un solo trago mi bebida. La senti pasar por mi garganta, dejando a su paso el calor que trae el alcohol.
Pues bien, esa ocurrente frase fue la primera de muchas otras que siguieron saliendo de nuestras bocas a lo largo de la noche. así, nos pasamos de brindis en brindis, y los motivos fueron aumentando en lo absurdo hasta llegar a frases sin sentido, totalmente delirantes. No faltaron las carcajadas, claro. ¡Si ya nos reiamos de solo mirarnos! Estuvimos así un buen rato, creo; ya habia perdido la noción del tiempo y no podia distinguir con claridad las agujas del reloj. Hasta que en un rapto de sensatez, me di cuenta que era hora de volver.
Eso estaba muy bien, solo que cuando intente pararme, senti como si me hubiesen metido dentro de una coctelera. Todo giraba y me impedia enfocar. Se veia todo borroso, y de mi equilibrio solo quedaba el recuerdo. Después de tres intentos, pude darle la mano al extraño que fue mi amigo por una noche y me retire del lugar tambaleando. De alguna manera logre parar un taxi, que me dejo en la puerta de casa. Le deje un billete y casi me bajo sin mi correspondiente cambio. De todas formas, creo que se me cayo por la alcantarilla. Desde ese momento, solo recuerdo haber presionado el boton del ascensor, haber entrado a casa y haberme desplomado en el piso. Todo lo demás, esta guardado en el olvido y en la confusión.
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